Realizar la transición hacia una producción alimentaria responsable y sostenible con la ciencia ciudadana

Grace Leung, January 2018

La ciencia ciudadana se define como la colección y el análisis de datos referente al mundo natural por miembros del público en general, típicamente como parte de un proyecto de colaboración con científicos profesionales (definición del diccionario de Oxford). En Nueva Zelandia, y en todo el mundo, comunidades, agricultores, universidades y gobiernos han estado colaborando para supervisar la calidad del agua, lo que les ayuda a entender el impacto de la agricultura sobre el ecosistema circundante y les informa sobre cómo mejorar sus prácticas de gerencia agrícola. Como muchas otras partes del mundo, Nueva Zelandia se encuentra frente a una crisis de la calidad del agua. Desde los años 70, Nueva Zelandia ha estado intensificando la agricultura comercial, especialmente en la ganadería para la exportación, dando por resultado un aumento en los índices de almacenamiento y un uso más importante de fertilizantes y pesticidas petroquímicos. Esto está conduciendo a un aumento en la eutrofización y en la degradación ecológica en nuestras vías fluviales así como en la contaminación patógena debida al estiércol, volviendo insalubres muchos de nuestros ríos. También ha aumentado dramáticamente la producción de gases invernaderos en el país y su contribución al cambio climático.

En toda Nueva Zelandia, los agricultores están trabajando con científicos usando técnicas sencillas para medir indicadores de la calidad del agua –la claridad, el flujo, la temperatura, la diversidad de los macro invertebrados, el crecimiento de algas y la calidad de la vegetación– para ayudarles a entender los impactos de las actividades agrícolas sobre las vías fluviales. Los modelos económicos neoliberales de la agricultura no explican los costes verdaderos de producción –ambientales y sociales– lo que genera una desconexión cognoscitiva entre la agricultura y sus impactos. Cuando un agricultor está parado en una corriente midiendo por sí mismo los niveles de contaminación elevados y la degradación del hábitat, a menudo se restablece esta conexión. Al mismo tiempo, se da cuenta que todavía hay mucho que vale la pena proteger en su explotación y que la biodiversidad es resistente. Un agricultor encontró un pescado nativo raro en su arroyo local y se sintió culpable por la erosión del suelo producida por su explotación.

Como resultado, muchos agricultores que están participando en estos proyectos han tomado la responsabilidad de cercar o de establecer plantaciones ribereñas para proteger y mejorar los ecosistemas de los cursos de agua así como reducir su uso agroquímico. La ciencia ciudadana les ha dado el poder de cuantificar el impacto de sus actividades y les ha motivado para tomar la responsabilidad de supervisar sus propias vías fluviales en vez de confiar en científicos del gobierno. Pero esta interacción es mucho más valiosa, aún más también que los datos producidos. Las actividades de la ciencia ciudadana han reunido fincas vecinas para tomar una responsabilidad colectiva de sus impactos acumulativos en sus vías fluviales, reconociendo que las vías fluviales no se terminan en los lindes de parcelas. Han reunido a agricultores, grupos ambientales y gobierno, que solían mantener relaciones contenciosas, y han creado un espacio en que se puede cultivar comprensión mutua y soluciones que beneficien a toda la comunidad y el ecosistema. La ciencia ciudadana puede también trabajar en estrecha relación con la vigilancia sanitaria cultural usando sistemas de conocimiento indígenas como el mātauranga Māori (sistema de conocimientos holístico de la gente indígena de Aotearoa Nueva Zelandia) para incorporar otras visiones del mundo y perspectivas que integran la ecología con bienestar social y cultural.

La ciencia ciudadana puede tener muchas ventajas adjuntas: el poder de ciudadanos de entender fenómenos naturales, el informar prácticas de gerencia agrícola, el aumento de conocimientos científicos, catálisis de la cohesión social y amplificación de proyectos de investigación y de supervisión, y uso de los datos como herramientas de promoción. Falta mucho camino para lograr la transición de la agricultura industrial intensiva de gran escala a una producción alimentaria eco-céntrica, social y cultural sostenible, pero para que la responsabilidad impregne a toda la sociedad, debemos andarlo con todas y todos.

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Foto 1: agricultores y científicos toman muestras de la calidad del agua en una corriente rural en la región de Wairarapa en Nueva Zelanda

Foto 2. Los agricultores encuentran larvas de moscas de piedra y larvas de tricópteros durante el monitoreo de la salud del arroyo, lo que demuestra que todavía hay un hábitat valioso incluso en arroyos modificados.

Foto 3. Grace Leung, Betsan Martin, Liz Gibson