La responsabilidad de los protagonistas de la Educación para el medio ambiente : Retos y oportunidades para la promoción de una ética de la responsabilidad
Artículo publicado en los actos del 7° Congreso Mundial de la Educación para el medio ambiente (WEEC, Marrakech)
Yolanda ZIAKA, junio 2013
La cuestión del valor de la responsabilidad se encuentra al centro de la Educación para el medio ambiente. ¿Cómo los protagonistas de la Educación para el medio ambiente perciben y asumen sus *propias* responsabilidades, ante cuestiones de ética, de gobernanza, de modelo de desarrollo? ¿Es la Educación para el medio ambiente una “enseñanza de elecciones predefinidas” o una “educación para elecciones”? Cada respuesta a esta pregunta constituye una elección política y determina la orientación de la acción del educador. Nuestra investigación, basada en el análisis de una variedad de acciones educativas a nivel internacional, revela concepciones divergentes, vinculadas con la naturaleza conflictual de las relaciones entre el medio ambiente y el desarrollo y con lo que está en juego a niveles económicos y políticos, que a menudo condicionan la acción los protagonistas educativos. Este análisis invita a reflexionar sobre el significado mismo del concepto de la responsabilidad y sobre el significado de nuestra misión como educadores.
¿Estamos corriendo al abismo?
La constatación de una crisis sistémica profunda en nuestro mundo mundializado es una evidencia: crisis económica, ecológica, social, una crisis sistémica.
¿Cuáles son las características de esta crisis? En el cuento filosófico de Voltaire, publicado en 1748, “El mundo tal como va”, reflejo de la sociedad de Voltaire en su tiempo, encontramos –como si no hubiese cambiado nada desde entonces– un análisis fino y extremadamente perspicaz, diríamos, de nuestro propia época.
En este cuento, las deidades que presiden los imperios del mundo están enojados contra los excesos de los persas. El ángel Ituriel, una de las deidades, le confía una misión al escita Babuc. Babuc debe ir a Persépolis y observar a sus habitantes acusados de todos los males, con el fin de dar una cuenta fiel a Ituriel, que se determinará, a base de este informe, si es necesario castigar o exterminar a la ciudad. Después de haber llegado a Persépolis, Babuc observa el comportamiento de los habitantes de la ciudad, y descubre un mundo donde reina la violencia, la injusticia, el vicio, el crimen… Babuc, dividido entre la violencia de la ciudad y algunas manifestaciones de virtud entre sus habitantes, se asombra: “Inexplicables seres humanos (…) ¿Cómo podéis reunir tanta bajeza y tanta magnanimidad, tantas virtudes y tantos crímenes?” ¿Se debe destruir este mundo?
¿Seremos castigados por nuestros crímenes, al igual que los habitantes de Persépolis? ¿Estamos hoy en el punto de avanzar hacia nuestra destrucción?
La originalidad de la crisis de hoy se encuentra en el hecho de que es toda una civilización que parece estar lista para derrumbarse, que está basada en la conquista y la domesticación de la naturaleza para un crecimiento económico considerado como infinito. Voces catastrofistas se multiplican por todas partes. El deshielo de los glaciares continentales, la subida del nivel del mar, los huracanes, las pandemias infecciosas… Edgar Morin declara en 2013: “Todo indica que corremos al abismo y que es necesario, si posible y si hay aún tiempo, cambiar de camino.” (Morin, 2013).
Intelectuales que influyen sobre el pensamiento contemporáneo insisten en la necesidad urgente de un nuevo paradigma conceptual, de una cultura de la responsabilidad (H. Jonas, 1979), de una ciudadanía planetaria (M. Serres, 2009), de un sistema educativo que permita favorecer el desarrollo de un pensamiento complejo (Morin, 2011).
Si es cierto que “todas las crisis de la humanidad planetaria son al mismo tiempo crisis cognoscitivas que examinan nuestro sistema de conocimientos” (Morin, 2011), llegamos a la misión crucial de la educación ante la crisis, que se llame Educación para el medio ambiente, Educación para el medio ambiente y para el desarrollo sostenible, Educación para el desarrollo sostenible, Educación para un futuro viable, o cualquiera otra denominación. Así pues, la cuestión de nuestra propia responsabilidad como educadores se vuelve crucial.
Quisimos explorar la cuestión de la responsabilidad de los protagonistas de la Educación para el medio ambiente a través de una investigación basada en entrevistas de educadores de 10 países en todos los continentes, y en un análisis de sus escritos y de sus informes de investigación al nivel internacional.
Los retos de una cultura de la responsabilidad
El gran dilema del educador, tal como lo concebimos, es el siguiente: ¿Es la Educación para el medio ambiente una “enseñanza de elecciones predefinidas” o una “educación para elecciones”? O, como lo planteó uno de nuestros interlocutores: “De qué vamos a discutir con nuestros alumnos: ¿dónde se coloca el cubo de basura para hacer la separación de residuos? O, ¿cuáles son los ejes principales del modelo de desarrollo actual y cuáles son las consecuencias?” Cada respuesta a esta pregunta constituye una elección política y determina la orientación de la acción del educador.
A la luz de nuestro análisis, nos parece que nuestra responsabilidad como educadores consiste en:
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educar a la autonomía y al pensamiento crítico; cuestionar la forma de desarrollo y la forma de gobernanza: “las normas de gestión de la casa común en el momento en que la casa común se ha convertido en el planeta”;
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cuestionar los conceptos “políticamente correctos” (como el desarrollo sostenible), explorar el potencial de proyectos sociales alternativos (¿”descrecimiento”? ¿”ecodesarrollo”? ¿”œconomía”? …) ;
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aprender a vivir juntos, contribuir a construir relaciones de respeto entre los humanos y entre los humanos y el medio ambiente;
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contribuir a hacer tomar conciencia del valor intrínseco de la naturaleza, independientemente de cómo la usamos, la consumimos y la explotamos;
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formar a ciudadanos que confían en el valor de la acción ciudadana, con ganas de actuar y capaces de asumir sus responsabilidades, por lo tanto de actuar a todos los niveles, del local al mundial;
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implicarse en e incitar a la acción colectiva concreta a nivel local y a la toma de responsabilidad concreta, reconociendo el valor formativo para el conjunto de la población local de su participación en el debate público.
Volvamos al cuento de Voltaire. El enviado del ángel, Babuc, descubre en Persépolis, junto al vicio y al crimen, un mundo de virtud, de altruismo, de generosidad, de acciones de humanidad… Temiendo que se condenara Persépolis “[h]izo fundir, por el mejor fundidor de la ciudad, una estatuilla compuesta por todos los metales, tierras y piedras más preciosas y más viles, y la llevó a Ituriel, a quien dijo: ‘¿Vais a destruir esta hermosa estatua porque no está hecha exclusivamente de oro y de diamantes?’” Ituriel se resolvió a no pensar más en castigar Persépolis, y “dejar ‘el mundo tal como va’. ‘Pues’, dijo, ‘si todo no está bien por lo menos es pasadero.’”
¿Hay que dejar “el mundo tal como va”?
Voltaire no es moralista. A su modo de ver, el mal es constitutivo del hombre, pero el hombre y la sociedad son perfectibles. Más vale adaptarse y trabajar provechosamente en vez de destruirlo todo.
No se puede sino apostar sobre la magnitud del alma humano, sobre la virtud. Edgar Morin declara: “Estoy cada vez más convencido de que una reforma del conocimiento y del pensamiento, por lo tanto de la educación, es vital para permitir a la humanidad encontrar y tomar el nuevo camino” (Morin, 2013). Nuestra misión como educadores sería buscar “el nuevo camino”, explorar este nuevo paradigma conceptual, intentar hacer adquirir una ética de la responsabilidad.
Albert Einstein describe esta ética de manera muy bonita y evocadora:
“Un ser humano es una parte del todo, llamado por nosotros ‘Universo’, una parte limitada en tiempo y en espacio. Él se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sensaciones como algo separado del resto –una especie de ilusión óptica de su consciencia. Esta ilusión es una especie de prisión para nosotros, que nos restringe a nuestros deseos personales y al afecto por unas cuantas personas cercanas a nosotros. Nuestra tarea debe ser (…) abrazar a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza.”
Tarea enorme, la del educador. ¿Misión imposible? Edgar Morin nos recuerda que la primera verdad pedagógica formulada por Platón fue: “para enseñar, se necesita el eros”.
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